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Dreamwalker (Caminante de los sueños)

junio 24, 2012

Micky Stoner – Escrito en 2004

Escucha recomendada:

Space Oddity – David Bowie

Aquella noche alguien soñó con ballenas espaciales. Grandes cetáceos nadando a través del firmamento, con sus cuerpos translúcidos, llenos de membranas luminosas como los peces de las profundidades abismales de los océanos. Criaturas colosales cantando melodías para comunicarse con sus parientes a miles de eones de distancia, meciéndose como si un suave viento las empujase flotando hacia su destino, el frío espacio exterior. Se acercaban a la nave, curioseaban y, los circuitos eléctricos en su interior se agitaban con el roce del metal del casco, haciéndolas retroceder. La curiosidad era una facultad innata de estos seres ajenos.

La nave había cambiado su rumbo, el encargo a Marte había sido anulado y una nueva ruta había sido trazada: Venus. El viajero conocía la energía que contenía aquella parte del sistema solar, así que aprovechó para soñar. Soñó con estos grandes titanes espaciales e inmediatamente aparecieron por la proa de la nave, siguiéndola de cerca, salidos de la nada, espontáneos. Despertó una vez las hubo soñado, las observó durante media hora, hasta que pasó la órbita de venus y su sueño careciese de energía suficiente como para seguir con aquella ilusión. En el sistema de radio se escuchaba Tommy, de los Who, y la ballenas espaciales parecían reaccionar a la música mientras se desvanecían dejando una estela de luz en el universo, alrededor de la nave.

En la cercana estación de peaje de venus, un soldado observó la escena, admiró por un corto espacio de tiempo el espectáculo y, se preparó para pedir la documentación a aquella nave de transporte. Su compañero miró la escena y, mientras sonreía dijo: -Un onírico con un carguero?… Típico de Venus!-. Aquella noche alguien soñó con ballenas espaciales.

El viajero se acercó a la radio y, justo en ese momento emitió un leve chirrido precedido de una voz bastante joven: -Tripulación del vehículo de carga con código X-3254, prepárese para identificación… Permaneció de pie, junto a los mandos, en cuestión de segundos la voz volvió a la maltratada radio: -Identificación finalizada… comprobamos asunto de viaje… transporte de mercancías al sector industrial… ¿Desea que introduzcamos una ruta guiada en su ordenador? – No, gracias, conozco el camino. –Tiene usted permiso de estancia de tres días… La voz sonó seca y distorsionada por el altavoz de la vieja radio, el halo de energía que rodeaba venus casi se podía tocar desde el interior de la nave, y después de dos semanas de viaje por fin se podían poner los pies en tierra firme.

Venus no era precisamente un lugar de ensueño y, es cierto que podría serlo perfectamente. El gran anillo de energía onírica que rodeaba el planeta incidía de forma nociva sobre los oníricos residentes, pocos quedaban allí y estos no se atrevían a soñar, al parecer los poderes podían volverse inestables. Las calles de la zona industrial eran un vivo reflejo de un pasado primitivo: Vapores nocivos, fabricas ruidosas habitadas solamente por micro-chips y circuitos electrónicos diminutos, funcionarios de la federación solitarios viviendo en sus colmenas y, como no, soldados del ejército de la administración. El viajero aún tenía a los Who en mente, era extraño que se acordara de esa cancioncilla mientras observaba un paisaje sin simulación de atmósfera, la noche infinita capaz de desquiciar incluso a un androide, el espacio en carne viva. El café de la mañana se lo tomó un poco más pronto de lo normal, a las cinco de la mañana hora terrestre, con dos sobres de azúcar y la vieja máquina para moler auténticos granos de café de Colombia, un capricho caro, muy caro.

El ozono artificial que expulsaban los respiraderos de la cúpula del distrito industrial no eran suficiente para paliar la claustrofobia o, ¿por qué no? Agorafobia según cómo se mire, que podía provocar aquel lugar de pesadilla post apocalíptica. Las paredes de los edificios ennegrecían con el paso de tiempo a causa de los vapores descargados en el ambiente, la arquitectura era digna de un psicópata esquizofrénico y, los cableados que rodeaban los muros de aquella cárcel corporativa parecían cobrar vida con sus ruidos cibernéticos, como serpientes descomunales preparadas para atacar. Las circunstancias de aquella entrega no eran las previstas y el permiso de tres días se lo podían meter por el culo, al Viajero se le revolvieron las tripas al bajar del carguero. Un soldado le condujo a través de las tétricas calles hasta una vivienda el arco de la puerta de la cual se diferenciaba de las demás colmenas por su escudo militar. El soldado se quedó junto a la puerta, entregó un sobre al nuevo huésped, tosió un par de veces con fuerza y compartiendo solidariamente su virus con el resto de la escena, se despidió y desapareció entre la sospechosa neblina gris.


Una recepcionista uniformada indicó con pocas palabras que el carguero tardaría un par de días en ser vaciado, que la burocracia no era poca y que la 132 era su habitación. El viajero necesitaba vomitar un poco. Tras una purga poco sana, un vaso de ¿agua?, y un vistazo a la programación de la televisión por satélite, el Viajero se decidió a echarse en una cama demasiado blanda y de sábanas sucias y descoloridas, dormir hasta la hora de comer y, sobre todo no soñar, solo pesadillas podían salir de la imaginación en un lugar así.