Las calles de Hyoku se habían vuelto oscuras y siniestras aquella noche. Entre las sombras de los callejones se urdían conspiraciones negras, los siseos de las voces de delincuentes y alimañas tejían la rutina nocturna de la ciudad del pecado capital. Los altos edificios de las corporaciones internacionales, dedicados a dirigir el destino del mundo de día se convertían en los cuarteles generales desde los que un ejecutivo daba órdenes a una milicia de invadir alguna aldea sureña, o tal vez se convertían en el emplazamiento de miles de laboratorios al servicio de algún narcotraficante extranjero, el caso es que aún a las doce de la noche se distinguían tenues luces artificiales en alguna ventana de un piso treinta y ocho. Apenas se podía ver el cielo en aquella parte de la ciudad. Avenidas, travesías, y callejones eran el hogar del crimen en la gran ciudad del pecado, desde cortabolsas hasta asesinos a sueldo, tan solo había que elegir.
Intentaba fundirme con la oscuridad de aquellos sitios, pasar desapercibido. Pegaba mi espalda a los fríos muros de metal de los rascacielos, me deslizaba hacia mi objetivo ignorando las conversaciones de los comerciantes del delito que, ni por asomo sospechaban de mi presencia. Tenía que llegar hasta el edificio de la empresa “Ahoru-gy Research”, tapadera central de la organización criminal de Akudo, el don que controlaba el setenta por cien del crimen organizado de la ciudad. Seguramente habría un ejército en el interior para defender la fortaleza, bueno, seguramente no… lo había… y yo debía entrar allí. No iba a ser nada fácil, antes debía llegar hasta el edificio a través de calles en las que el homicidio estaba a la orden del día y, permanentemente en el menú.
Akudo era un tipo elegante, un hombre destinado a reinar, a dirigir. Nadie solía verle cerca de los lugares que sus pupilos frecuentaban, no se juntaba con los que trabajaban para él, era más bien uno de esos capos de la mafia que se sentaban en una hamaca en alguna isla tropical, junto a un teléfono móvil y un daiquiri, mientras sus matones extorsionan, matan, investigan, y controlan. Su supuesta empresa de investigación se dedicaba a vender avances científicos del campo de la medicina y la farmacéutica desarrollados en sus propios laboratorios, su organización criminal a vender armas, comerciar con drogas de diseño, comprar poder e influencias, y a algo más, de eso estaba seguro, y lo iba a descubrir esta noche. Tan solo tenía una oportunidad, un intento, si fallase me identificarían, y después sería hombre muerto, si no es que el ruido avisara al resto de perros de presa que quedaban en las calles.
Mientras escuchaba a un par de camelos discutir sobre algún acuerdo de territorio a la puerta de una discoteca clandestina (o al menos eso parecía el local del que habían salido, una puerta metálica tras la que se ocultaba un gorila de dos metros diez), vi justo en una de las ventanas del citado edificio Ahoru-gy, en la avenida perpendicular a mi situación, un puntero láser, el tipo de mira que cualquier rifle avanzado de francotirador incorporaba. La noche pareció, por un momento, más oscura y negra que de costumbre. Me puse las gafas de larga distancia de visión nocturna, e intenté vislumbrar el objetivo de aquella mira: Sentado en una mesa con la única luz de un flexo débil podía ver al mismísimo Akudo, un hombre de mediana edad con larga barba que parecía redactar algo a mano. Ni un sonido se oyó en el momento en que se realizó el disparo. La ventana reventó en millones de pedazos, Akudo cayó con una trayectoria lateral sobre el suelo de la habitación, alguien que estaba en aquella habitación apagó la luz y, segundos después, el cuerpo del mismísimo líder del crimen era arrojado desde un piso veinte. Nada tenía sentido, era un trabajo mal hecho. Alguien había truncado mi intento de incursión, todo el mundo de la mafia se iba a poner en marcha, aunque, por otra parte eso les mantendría ocupados y, de paso, al ejército que me iba a estar esperando dentro, era mi única oportunidad. Uno de los camellos sacó una Desert Eagle de la chaqueta y disparó a su colega en la cabeza, enfundó, y entró en su madriguera Tecno.
Apresuré mi paso hacia aquel gran edificio gris, dejé la pared a la que andaba pegado para cruzar la vía rápida corriendo, me dirigí a la parte trasera del colosal rascacielos y, tras unos contenedores me dispuse a localizar en el mapa del dispositivo GPRS el punto débil por el que debía entrar a la gran fortaleza del imperio Akudo. Se trataba de una maniobra complicada: debía localizar la tapa que cubría el tendido eléctrico subterráneo más cercana, colarme, y seguir entre cables de alta tensión hasta infiltrarme en la habitación en la que se ocultaba el generador del edificio, por un agujero de aproximadamente treinta y cinco cm de diámetro. Era teóricamente imposible.
Justo en el instante en que iba a salir a la caza de mi vía de entrada, se me ocurrió girar la vista hacia el apartamento del que había provenido el disparo certero, desde mi posición podía ver claramente como una figura desmontaba un rifle de precisión con rapidez, mientras tanto salían del edificio corporativo de Ahoru-gy decenas de guardias de seguridad armados con rifles de asalto, junto a ellos dos de los matones del mismo don, como si de generales se tratase. No me molesté en pensar que había ocurrido, el porqué del asesinato, el quién, no eran asuntos de mi incumbencia, al fin y al cabo yo soy solo un espía, un guerrero sin clan en un mundo de influencias y manadas, un Ronin. Un Samurai venido a menos, un comerciante de información que iba a recibir una gran suma de dinero si descubría qué se cocía en los laboratorios de aquel castillo de investigación y crimen, cuál era la quintaesencia de “Ahoru-gy Research Enterprises”, aunque eso sí, fuera lo que fuera, era algo gordo y valioso… más valioso que la vida de un don.
By Micky «Stoner» González